Daba vueltas y más vueltas, y con tanto moverse se mareó. Avanzó tambaleante hasta sentarse en el banco, sintiendo como el helado de fresa, nata y chocolate bailaba un rock'n'roll en su estómago de forma tan alocada que parecía que se iba a salir de la pista. ¿Y qué más daba? ¿No había sentido ya acaso el placer de tan delicioso sabor en su paladar? Entre tanta vuelta la vida se volvió en una experiencia vertiginosamente borrosa, alocadamente divertida y adictiva. Los recuerdos rebosaban, venían de aquí para allá y se mezclaban, dando lugar a la alegría, la tristeza, la emoción... Y al sentarse sintió como todo desaparecía dejando un recuerdo extraño en la boca, como una pipa podrida o un vaso de leche ligeramente caducada. Durante unos momentos pensó en lo que no hizo, en lo que no dijo, en lo que no debería haber hecho jamás y en lo que debería haberse callado. De repente, alguien llegó y se sentó a su lado. Le sonrió con malicia y perspicacia y se levantó. Y al hacerlo comenzó a llevarse con él los tesoros que había guardado con tanto cariño. De forma disimulada pero demasiado llamativa ,el tiempo empezó a tirar de la cuerda que unía todos sus recuerdos, llevándoselos lejos, arrastrándolos al olvido. Él se levantó y suplicó, tiró, arañó el suelo y se desgañitó gritando y llorando. Pero era inútil. Entonces lo comprendió: le dio la espalda al tiempo y comenzó a crear recuerdos de la nada y a atarlos con la misma cuerda, más rápido e intensamente de lo que el tiempo podía imaginar. Y así, uno de espaldas al otro, por un lado engullendo, por otro cocinando. Cocinando su vida, su destino, su historia. La historia de un hombre que amó, sufrió, aprendió e imaginó tantas cosas entre cuatro paredes grisas con intensas manchas de colores chillones. La historia de alguien que con una mano dice adiós y con la otra repasa el sendero a seguir en este tortuoso camino que es la vida, mientras de cara al horizonte espera que el viento seque las lágrimas que la tristeza y la felicidad arrojan por sus ojos como dos mozos de mudanza patosos.
Gracias a Alicia por el taller de literatura. Como dice el refrán, lo bueno, si breve, dos veces bueno.
Gracias a Ana por leer incansable todo lo que escribo y sus innumerables consejos.
miércoles, 26 de enero de 2011
miércoles, 19 de enero de 2011
El cuarto de los "te quiero" rotos
Esperé que llegaras con un ramo de rosas entre las manos y solo trajiste una sonora bofetada. Deseé que me dieras una carta de despedida y ni si quiera me miraste al decirme adiós. Quise que con delicadeza nos separáramos, con la dulzura de dos que se quieren pero no se pueden ver, pero tú te separaste como arrancándote una herida, levantando la piel y dejando la carne al aire. A fin de cuentas, quise tomarme un tazón de chocolate contigo, y tú me dejaste en la mesa una taza vacía, polvos de café y un paquete de azúcar caducado. Y yo, enamorado de ti, me bebí de un trago el café, sin azúcar ni leche, y ahora espero con los ojos abiertos de par en par a que vuelvas y los cierres con un beso de buenas noches. Pero nunca volverás, ni nunca habrá beso de buenas noches, y permaneceré para siempre con el alma en vilo, el corazón insomne y un cuarto desordenado lleno de "te quiero" rotos, sucios y mohosos, que nunca salieron de su envoltorio.
martes, 11 de enero de 2011
La metamorfosis interrumpida
Había olvidado por completo quién eras tú y quién era yo. Al darme cuenta, tú seguías siendo tú, pero yo era un sucedáneo de imágenes borrosas, recuerdos inadvertidos entre escena y escena, una historia con principio y sin final, si es que un tímido "adiós", cuando aún sonaba el eco del "hola", puede considerarse un fin. Y así, recordé mientras agitaba la mano, que yo nunca había sido yo, que tú siempre habías sido tú, y que los sueños de los que se alimentó la oruga le impideron por siempre jamás convertirse en una mariposa.
sábado, 1 de enero de 2011
La docena de verdes
Hacía tanto que no lo hacía que no sabía cómo empezar. Se sentó y escuchó sin más, sintiendo que todo fluía y al mismo tiempo se apelotonaba en su corazón formando un inmenso nudo. Cómo todo podía ser tan distinto y tan igual al mismo tiempo. Todo acababa y todo volvía a empezar, igual que siempre, como nunca había sido. Intentó guardar toda la esencia en un frasco que se rompió solo al pensarlo, desperdigando sus miles de cristales punzantes por el suelo de la habitación, ávidos de pieses descuidadamente desprotegidos, enseñando sus durezas a la noche, vieja y cansada. Hacía tanto que no lo hacía que lo dejó de hacer, dejando pasar el tiempo, haciendo del hacía un poco más largo, dando origen a una futura frustración. Así la pescadilla se mordió la cola, el perro, el rabo, y el gato se quedó sentado inspirando pasotismo, con sus bigotes al aire, sus uñas escondidas y su ego adormecido. Todo empieza y todo acaba entre estruendosos ruidos, luces brillantes y una docena de dulces y esperanzantes ideas verdes, que no pervertidas.
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