sábado, 1 de enero de 2011
La docena de verdes
Hacía tanto que no lo hacía que no sabía cómo empezar. Se sentó y escuchó sin más, sintiendo que todo fluía y al mismo tiempo se apelotonaba en su corazón formando un inmenso nudo. Cómo todo podía ser tan distinto y tan igual al mismo tiempo. Todo acababa y todo volvía a empezar, igual que siempre, como nunca había sido. Intentó guardar toda la esencia en un frasco que se rompió solo al pensarlo, desperdigando sus miles de cristales punzantes por el suelo de la habitación, ávidos de pieses descuidadamente desprotegidos, enseñando sus durezas a la noche, vieja y cansada. Hacía tanto que no lo hacía que lo dejó de hacer, dejando pasar el tiempo, haciendo del hacía un poco más largo, dando origen a una futura frustración. Así la pescadilla se mordió la cola, el perro, el rabo, y el gato se quedó sentado inspirando pasotismo, con sus bigotes al aire, sus uñas escondidas y su ego adormecido. Todo empieza y todo acaba entre estruendosos ruidos, luces brillantes y una docena de dulces y esperanzantes ideas verdes, que no pervertidas.
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