De cara al horizonte: La reconciliación de las pelusas

lunes, 7 de mayo de 2012

La reconciliación de las pelusas

Un día llegó a tener tanto miedo que se quedó sentada al pie de la puerta de su habitación, abrazando las rodillas y empujándolas tan hondo como podía contra su pecho, casi hasta tocar el corazón. Se estaba enterrando a sí misma en su propio llanto, esparciendo por el suelo de la habitación una amargura tan amarga que hasta las pelusas huían despavoridas buscando un lugar en el que poderse refugiar. Pero aún así, entraba el sol resplandecía allá en el cielo con demasiada fuerza, pareciera que estuviese intentando llenar de felicidad la habitación, su habitación, esa en la que tanto ella había trabajado para llenar de melancólica tristeza. Con absurda indignación se levantó decidida y bajo la persiana hasta que ningún tenue rayo de luz osara colarse en su deprimido cuarto. Y así, volvió a abrazar sus rodillas con fuerza, como si fuera lo único que le quedara en el mundo, como si ni siquiera las pelusas de su cuarto estuvieran dispuestas a acercarse a ella. Entonces se dio cuenta de que por debajo de la puerta entraba aún algo de luz. Enfurecida, se volvió a levantar y buscó a tientas por la habitación algo con lo que tapar ese tenue intento de esperanzadora felicidad. Al final, cogió la almohada y la apretó tanto como pudo en el bajo de la puerta y la habitación quedó a oscuras y se volvió a sumir en su llanto y su tristeza... pero no estaba del todo oscura, aún podía distinguir algunos objetos en la oscuridad. Eso fue todo cuanto pudo su enorme orgullo soportar: con el alma inflamada de ira, se levantó y subió la persiana hasta arriba, abrió la ventana de par en par, así como la puerta y encendió todas las luces. La brisa del mar se coló en su cuarto y en su corazón, la luz del sol acarició sus brazos y su alma y se reflejó en el surco brillante que sus lágrimas habían dejado en su cara hasta que al final el surco desapareció y de él sólo quedo el bello brillo del alivio. Pasaron los segundos y los minutos, las horas y, quién sabe, quizás hasta los días. Y entonces se dio cuenta de lo fácil que era ser feliz y lo increíblemente complicado que era ahogarse en las penas, porque hay almas tan grandes e inmensas que nunca se llenan. Y allí se quedó, tirada en el suelo, rodeada de las pelusas con las que se había conseguido reconciliar, con las piernas bien estiradas y abrazada a la alegría de haber enviado al miedo allí donde ni el sol consigue llegar.

Dedicado a Cristina, para que tenga siempre la ventana bien abierta, que el Rinconín está muy cerca y la brisa siempre llega.

1 comentario:

Cerca del cielo dijo...

Mis miedos me los quita mi centinela y cada dia respiro esa brisa que me llega desde el Rinconin.
Gracias amigo