Vuelve a nacer,
de la nada viene
y a la nada va.
Y al perecer,
nadie sabe por qué
vino ni se fue.
Y si hubiera un porqué,
no habría un qué,
ni habría lágrimas por sonrisas.
Y si hay un qué
no hay que buscarle un porqué,
porque al corazón no le interesa
y la razón no lo sabe ver.
De tanto enlazar,
se enlazó el propio amor
que enredó la pasión con la locura
y jamás nadie deshizo la unión.
No hay qué sin porqué,
no hay porqué para el qué,
no hay razón para el amor
no hay amor para la razón.
Las nubes vienen,
las nubes van,
el aire pasa
y no se quiere quedar.
El corazón late,
el corazón late,
el corazón no descansa
hasta no ver el final.
No hay rosas suficientes
que lo puedan frenar,
pero hay espinas bastantes
como para poderlo martirizar.
No hay amores en el mundo
que se puedan comparar
a la pasión que inspiro al despertar
y aprisiono hasta mis ojos cerrar;
mientras mis pulmones gritan
que les deje respirar,
mientras mi alma suplica
que mis ojos no vuelva a cerrar;
mientras mi corazón retumba en el pecho
en muchos pechos
esperando encontrar en el tuyo
un lugar para descansar.
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