Hubo un día en el que Jules no sabía qué hacer ya. Había llegado a un lugar que no le era nada familiar y al mismo tiempo, era más de lo mismo. Siempre las mismas rocas, las mismas pequeñas y puntiagudas rocas que se le metían en sus llamativos zapatos, que sacaba una y otra vez y, sin saber cómo, volvían a entrar. El mismo sendero de tierra amarillenta que discurría bajo la atenta e implacable mirada del Sol, Lorenzo para sus amigos, y en el que a veces, y sólo a veces, había un suspiro bajo la sombra de un árbol. Jules no podía más, avanzaba con parsimonia pero sin ganas, un movimiento fruto de la inercia. El camino que había iniciado meses atrás, cuando hacía tanto frío que ni la lluvia se atrevía a aparecer, era francamente duro. Tantas veces había avanzado embargado de alegría al ver que llegaba a la cima... y tantas otras llegó y se encontró con una nueva cuesta. Y tantas y tantas veces había pasado ya, que al coronar esta loma se sentó abatido. Sabía que tenía que seguir, pero necesitaba como el agua que en algún momento, en algún lugar, el camino le diera alguna facilidad. Tan sólo pedía algo de alivio que le hiciera más fácil avanzar. Estando sentado, con Lorenzo en el cielo presenciando la escena, comenzó a escuchar unos pasos tras de sí. Con recelo, giró la cabeza y vio aparecer, poco a poco, la figura de otro hombre. La luz no le dejaba apenas ver nada, pero lo primero que vio de él fue una gran sonrisa de lado a lado. Poco a poco se acercó, con paso lento pero decidido, y al llegar a su altura, le tendió la mano. Jules, con timidez, se la dio y el desconocido tiró con fuerza de él para levantarle. Sin un "hola", ni siquiera una presentación, el desconocido le dijo a viva voz:
- ¡Hakuna Matata!
Y con el mismo paso lento pero decidido, prosiguió con su camino. En ese instante, Jules lo vio todo con infinita claridad. Durante unos segundos, comprendió que no hay mejor esfuerzo que la voluntad de luchar, que no hay mayor recompensa que la felicidad que ésta da, y que nunca la voluntad desaparece, ni aunque el mismísimo Mefistófeles pretenda echarla abajo con toda su determinación, si hay alguien acompañando para soportarla cuando esta empiece a flaquear.
Ambos siguieron camino arriba, subiendo al eterna loma en busca de la felicidad. De vez en cuando se escucha una estridente voz que en medio de la nada grita: Don't worry, be happy!
Dedicado a Nozop, una de esas personas que uno conoce sólo de vez en cuando, siempre lleno de buenas intenciones y que siempre algo te puede enseñar.
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