De cara al horizonte: octubre 2012

martes, 30 de octubre de 2012

El día en que Nomadi se perdió en su hogar

Un día se descubrió intentando encontrar cuál era su hogar, dónde estaba aquel sitio en el que podría descansar con la tranquilidad de saber que hasta los sentimientos que allí vivía le eran familiares. Esa incógnita se convirtió, en poco tiempo, en una duda existencial que amenazaba con destruir su existencia: no había paso que diera sin que el corazón se le encogiera, no había lugar al que mirara sin que sintiera que, de repente, su pecho se hinchaba esperando más aire del que podía inspirar, y entonces se formaba un nudo en su garganta que ataba su alma a los más oscuros temores. Hasta los silencios dejaron de ser silencios y se convirtieron en el hogar de un incesante ruido de fondo compuesto de interrogaciones disonantes.
Caminaba tan distraído por el bosque, buscando tan desesperadamente que, a los cinco segundos, no podía recordar lo que había visto cinco segundos antes. Y es que cuando la obsesión pasa a ser la guía de nuestros desvelos, lo importante deja de ser el resultado de encontrar algo, y lo prioritario pasa a ser la acción de buscar, ya sea bien o mal. No importa el cómo, sino el qué.
Y así pasaron los días y las noches, las luces y las sombras, el frío, casi helado, de la vida que pasa sin mirar donde pisa. Incluso las criaturas del bosque, desde las más grandes a las más pequeñas, desde las que procuraban su bienestar hasta aquellas a quienes su desgracia les gustaría contemplar y, a veces, provocar; hasta el mismísimo lobo, quien tiempo atrás deseó albergar su alma en sus fauces, con quien una turbulenta amistad había conseguido entablar... Todos contemplaron a Nomadi surcar el bosque sin cesar, con más prisa que cuidado. Aquel nómada del mundo que un día, ya no sabían cuál, llegó al bosque en medio de llantos, y ahora se había convertido en el alma del bosque... ahora se alejaba sin ni siquiera mirar atrás. Hasta el lobo aulló constantemente para advertirle de que, sin darse cuenta, el bosque estaba dejando atrás, arriesgándose a la ira de la Luna que, recelosa, desde la otra cara del universo se preguntaba a quién  su peludo amigo gritaba sus más profundos sentimientos que no fuera ella al abrigo de la helada oscuridad.
Todos le vieron alejarse, entre lágrimas amargas, lágrimas falsas, sonrisas verdaderas y sonrisas caducas. Y Nomadi buscaba y buscaba hasta que un día, entre las sombras del fin del bosque se perdió. Ese día, la tierra se empapó con las lágrimas del cielo que alimentaban la desdicha de los charcos y riachuelos, hogares de los antiguos compañeros de vida del nómada del mundo.
Y así, pasó del bosque a la selva. Así, Nomadi, que nunca tuvo hogar, perdió el único lugar hasta aquel entonces del que podía describir con los ojos cerrados hasta el más recóndito lugar. Así, Nomadi olvidó que es un nómada del mundo, quien todos lugares habita pero ninguno llama hogar... porque su hogar es el mundo que lo ve crecer y luchar. Y el lobo, aunque enojado y furioso, al principio lo decidió abandonar... pronto aulló con fuerza y tras él echó a correr.
Nomadi sigue caminando sin saber que en la selva se ha adentrado con un lobo furioso y turbulentamente amigo de su caminar. Para, Nomadi, que tus pies se van a cansar.


domingo, 28 de octubre de 2012

La interminable historia del caminante dudoso

Cuenta una leyenda que hubo una vez un hombre que, agotado de caminar, se sentó a la sombra de un árbol, en el interior de uno de los bosques más exuberantes, vivaces y frondosos que pueda haber contemplado jamás el ser humano. Estaba cansado de que su camino fuera tan largo y complicado, tan lleno de penumbras... no dormía por las noches tratando de entender por qué algo tan vital como un árbol le obligaba a él a vivir en el limbo de las luces. Y es que a veces es difícil de aceptar que las cosas que nos dan la vida, nos la quitan; porque a veces no nos dan la vida, sino ganas de vivirla... aunque sea mas corta o complicada. Y así, descansó sobre un mullido colchón de contradicciones que cada vez se enredaba más con las raíces del gran árbol bajo el que descansaba. Y cada vez eran más, raíces y contradicciones: ¿por qué amar a veces hacía daño? ¿Por qué a veces querer parecía no ser suficiente? Y cada nueva que se enredaba, lo ataba más de pies a la tierra del bosque que ansiaba sumar una nueva vida en el bosque. Y cada raíz de más que el árbol hundía en la tierra, una nueva hoja crecía en lo alto, haciendo de su camino cada vez más penumbroso. Poco a poco, el día y la noche se hicieron cada vez más semejantes, sólo diferenciados por las rutinas de los pequeños habitantes del bosque. Y es que un lobo, por muy oscuro que esté, sólo aúlla de noche, cuando sabe que la Luna está en el cielo, melancólica, esperando que un peludo animal de sangre caliente y valiente corazón reclame su angustia en la helada oscuridad con la que el sueño del Sol inunda hasta los más recónditos lugares del bosque.
Así pasaron los días y las noches, o más bien, las noches de verdad y las que jugaban a serlo, mientras el caminante abandonó su camino, que desapareció al no andar, pues no hay un sendero sobre la tierra, solo las huellas que uno deja detrás, que son al mismo tiempo, un borroso mapa del rumbo que uno debe tomar.
Cuenta la leyenda el pobre viajero se durmió en una de esos días que jugaban a ser noches, y en medio de su sueño, surgió la última duda que asoló su corazón con mayor virulencia que cualquier otro sentimiento que pueda albergar nunca el pecho de un hombre. Tal fue el tamaño de la duda, que el árbol no dudó ni un sólo instante, y con decisión clavó en lo más profundo de las entrañas del bosque la última raíz que habría de darle tanta vida como para vivir por los siglos de los siglos, la misma que el caminante dejó escapar en el último suspiro antes de dormir.
Desde entonces, hay un árbol en el bosque que no muere, que jamás pierde hojas caducas en otoño y al que ni siquiera el duro invierno consigue atormentar. Su espíritu es perenne, pero su karma es caduco, y caducó el mismo día en que el caminante exhaló el último de sus alientos.
Dicen que tal es su fama en el bosque, que hasta el nómada del mundo, que en todos lugares habita pero a ninguno llama hogar, una vez al año, en la época de nieves, por allí se deja caer, para rendirle tributo al alma del pobre viajero, a lomos de un lobo con el que consiguió entablar una turbulenta amistad.
Pequeño nómada, huye de ese lugar, no dejes que la duda sea tu hogar. No dejes que tu hogar sea la duda que asole tu vida y que borre las huellas de tu andar. Porque no hay camino, se hace camino al andar.

jueves, 25 de octubre de 2012

El temblor de las estrellas

Hace ya tanto tiempo que ni el tiempo se acuerda. Las imágenes se pierden en el pasado y se hacen borrosas, se difuminan. Y a medida que se acercan al presente, son cada vez más nítidas y dantescas.
Un día tras otro, de nuevo el horror. De nuevo vierte su vida por el retrete, su alma desaparece entre las cañerías oxidadas de una ciudad que duerme mientras su espíritu se pudre en el ostracismo de los deshechos más pueriles del hombre. ¿Cansancio? ¿Frustración? ¿Costumbre? ¿Enfermedad? Después de tantas noches, de tantos dulces amargos, ya no importa el por qué.. sólo el resultado. Y el resultado es un alma desdichada, desgajada en mil pedazos que se van disolviendo en las lágrimas que la ciudad vierte al mundo.
Y cada vez, aunque sea otra más, es una nueva. Nunca se acostumbrará a esa escena tan particular, a esa cadena de sonidos, uno tras otro, desde el más insignificante al más ruidoso, desde el más sincero al más engañoso. Jamás podrá habituarse a la avalancha de sentimientos que acompañan a cada uno de ellos. El vacío primero, la comprensión después, seguida de la incomprensión y la tristeza.
Y al amanecer, el olvido incompleto, el que deja la huella de un dolor nocturno alumbrado por la parpadeante luz de una estrella... porque incluso las estrellas tiemblan cuando la vida se va por el retrete. Cuando la sinrazón se tiñe de negro, ni siquiera una bola gigante de gas llameante es capaz de iluminar el más oscuro de los desvelos.
Así, el Sol terminó de esconderse, y media cara de la Tierra dijo buenas noches mientras la otra saludaba a un nuevo día, ignorando que en algún lugar, en la otra parte, un río de lágrimas hace temblar las luces del cielo.

martes, 23 de octubre de 2012

El día del fin y del principio

Un día volverá
a lucir en ti una sonrisa,
y cada noche
serás muy feliz, sin prisa.

No corras, no vueles,
si no es para saltar de alegría,
no llores ni desesperes,
que las lágrimas son sal baldía.

Late, corazón,
que eso de ti se espera,
no pienses, sigue,
aun cuando ni yo te crea.

Y te repudiaré muchas veces,
como reniego de la razón,
sentirás la injusticia con creces,
y la insensatez de la pasión.

Así es el amor,
así es la vida,
sentado espero
a que llegue ese día;

en el que a pesar de la lluvia,
el Sol lo ilumine todo con osadía,
con la que una mañana sombría
te dediqué mi primera sonrisa.

A pesar de lo imposible,
que es todo y nada en mi mundo,
aun roto lo irrompible,
te espero con paciencia infinita.

Hace tiempo que no sé,
dónde empecé a caminar,
hace mucho que dejé
de mirar hacia el final.

Ya no importa el principio,
ni dónde todo acabará,
basta saber que un día,
con elegancia se resolverá.

Mientras, disfruto del camino,
a pesar de la lluvia y del frío,
mientras, sin prisa ni pausas,
sé feliz, no hay mejor destino.

Dedicado a mi hermano secreto.

martes, 16 de octubre de 2012

Sangre escarchada

Sale el sol y todo lo ilumina: los valles, los árboles, los tejados de las casas, las farolas y hasta las hojas muertas de mi juventud. Y todo hace sombra, siluetas deformadas, alargadas y oscuras que impregnan el suelo con su siniestra, inquietante y calmada presencia. Las peores son las nubes, grandes y voluminosas, blancas o grises, pero siempre grandes con sombras grandes, con luces tristes a veces. Aun así, el sol sale y lo ilumina todo.
Pero el sol ya no da calor... los pájaros tiritan en las ramas de los árboles y huyen de sus sombras, los gatos callejeros se tumban panza arriba en las aceras... pero nada. El suelo, impertérrito, permanece como el hielo... frío, como su corazón. Un corazón que late de pura inercia, que siente por la mera presencia de un libro invisible que todo lo ordena, en el que la historia escribe el papel exacto de cada uno sobre la faz de la Tierra. Ni siquiera sus lágrimas tienen sal, porque sus ojos ya no son capaces de llorar sus penas. Y las alegrías vienen y van, y dejan alguna sonrisa, pero la tristeza tiene su rincón en el etéreo transparente que llaman alma. Un rincón cada vez más grande, cada vez más oscuro, cada vez más invisible pero siempre presente, resonando en el eco de cada latido inercial, en ese sonido silencioso que mueve el aire cuando muere un ruido. Hay palabras que se ahogan en la garganta, hay sentimientos que fluyen por las venas pero no llegan al corazón, que los lleva de un lado a otro sin darse cuenta de que en su rutinario existir se ha colado un polizón. Hay soles que no calientan nada, pero cuyas sombras son tan frías que hasta la sangre se escarcha.