Te busqué con miedo,
a oscuras, con recelo,
y al encontrarte, cobarde,
casi te pierdo.
Y al igual que la vida,
apareciste sin quererlo,
y como la misma vida,
ansiándote desespero.
No ves en mis ojos,
lo que grita mi alma,
lo que en mis venas arde
con furia, sin pausa.
En cada latido,
parece que muero,
en cada suspiro,
me hundo y me elevo.
Y así pasa el tiempo,
que ya no existe,
los segundos se pierden
se diluyen y se detienen.
En la soledad que me rodea
todos conocen tu nombre
que en sueños repito
pero despierto se esconde.
En el fondo de mi ser
pesan amargas las palabras,
que en mi boca se mueren
buscando salir intactas.
Me falta el aire,
que me rodea y ahoga,
que fuera me busca
y dentro me abandona.
Bajo mi piel retumba intenso,
desbocado, mi corazón,
que ya no me obedece ni pertenece.
En cada suspiro suena violento,
cada paso que a oscuras
di sin querer ver.
En cada segundo, que ya no existen,
se dibuja el desconsuelo
que siento si no estás aquí.
Te busqué sin querer,
en medio de la oscuridad,
y ahora que te encontré
la luz se esconde arrogante
para que no te pueda amar.
lunes, 28 de marzo de 2016
martes, 22 de marzo de 2016
El regalo de la vida
Hubo una vez alguien que se aferró tanto a la vida que Dios, la Tierra o el Universo le regaló, que casi la consume nada más tocarla. La tomó con tantas ganas que la estrujaba hasta más no poder, la arrastraba de aquí para allá con tanto ímpetu, que a ratos parecía que la iba a soltar. Y Dios, o la Tierra, o el Universo, tuvo que ponerle algunos obstáculos para que no se lanzara a correr como alma que lleva el diablo y evitar que zarandease su vida en medio de su trotar. Al principio, parecía que los obstáculos funcionaban y, por un tiempo, dejaba de agotar al divino creador tratando de recuperar el aliento cuando veía cómo su creación parecía que se iba a romper de un momento a otro. Por un tiempo, los obstáculos frenaban su arrasadora fuerza e, incluso, llegaban a contenerla en exceso. Pareciera que, a veces, conseguían que dejara de correr, casi de caminar y se sentara a llorar. Pero siempre sucedía lo mismo. Cuando se le agotaban las lágrimas, del fondo emergía la solución. Y, aunque la mayoría de las veces, la solución parecía acarrear otro problema, la mera perspectiva de encontrar un rayo de luz en la más absoluta oscuridad era suficiente. Entonces, agarraba entre sus brazos su vida, la volvía a apretar con fuerza contra su pecho y volvía a correr. Y, de un salto, superaba muros que se perdían en el cielo y abismos cuyo fondo parecía arder en el infierno. Así, uno tras otro, los superaba todos antes o después. Corría tan rápido, que ni siquiera sabía por dónde iba, si el camino era el correcto. Pero eso daba igual, porque no había sensación más maravillosa que correr sintiendo que tu corazón no dice basta, sino que late con más fuerza para que tus pies lleguen más lejos. Hubo una vez alguien que corrió tanto, que Dios, la Tierra o el Universo, puede que los tres juntos, se dieron por vencidos, y dejaron que hiciera con su vida lo que quisiera, que corriera tan lejos, tan rápido y hacia donde sus piernas y su corazón le mandaran. Aunque se tropezara y se cayera, aunque se asustara y se detuviera, aunque esa vida que tanto estrujaba se arrugara y se doblara. Porque hay cosas que parecen imposibles, pero en realidad solo son un poco más difíciles de conseguir. Solo hay que limpiarse las lágrimas, respirar hondo, coger carrerilla y pensar, creer, vivir como si al otro lado nos esperara siempre algo mejor.
sábado, 19 de marzo de 2016
La ciudad de hormigón
Bajo la noche se hunden mis pies,
no toco el suelo, que se desvanece,
que se pierde y me condena.
Llueve, me caigo, no me levanto,
no puedo sentir más que dolor,
solo el agudo sentir de que
llora desconsolado mi corazón
Nunca lo esperé, nunca lo busqué,
pero sin querer apareció
y sin pensarlo pensé que quizás
el gris no fue nunca mi color.
Y quise decirte que quería pintar
de arcoíris mi sangre marchita,
pero tus miradas frías
me evitan, me invitan a dudar.
Quizás es tarde, quizás no eres tú,
quizás jamás debí pensar que
bajo la noche mojada de una ciudad
de hormigón
encontraría consuelo al sinsentido
que gobierna mi corazón.
no toco el suelo, que se desvanece,
que se pierde y me condena.
Llueve, me caigo, no me levanto,
no puedo sentir más que dolor,
solo el agudo sentir de que
llora desconsolado mi corazón
Nunca lo esperé, nunca lo busqué,
pero sin querer apareció
y sin pensarlo pensé que quizás
el gris no fue nunca mi color.
Y quise decirte que quería pintar
de arcoíris mi sangre marchita,
pero tus miradas frías
me evitan, me invitan a dudar.
Quizás es tarde, quizás no eres tú,
quizás jamás debí pensar que
bajo la noche mojada de una ciudad
de hormigón
encontraría consuelo al sinsentido
que gobierna mi corazón.
viernes, 18 de marzo de 2016
El viaje a ningún sitio
Se miraron a los ojos y volvió a suceder. Volvió a caer en ese mundo paralelo que no parecía existir nada más que en sus pupilas. Y allí, todo era tan distinto que no sabía qué hacer. Respirar era diferente, porque al coger aire, podía sentir cada partícula, cada átomo, entrando en sus pulmones y llenándolos hasta el límite de sus capacidades. Escuchar era casi nuevo, porque de repente lo que antes parecía haber pasado desapercibido sin llegar siquiera a la categoría de ruido de fondo, se había convertido en un constante grito en sus oídos, tan intenso, que era imposible obviarlo más de cinco segundos. ¿Y ver? Ya no veía nada de forma normal. Una vez que sus miradas se cruzaban y la suya quedaba atrapada en ese mini universo, todo a su alrededor desaparecía. A su alrededor no existía, se formaba una burbuja enorme que le impedía sentir nada que no fuera lo que ese mini universo recreaba. Y allí, todo sucedía a flor de piel. Allí solo veía sus sueños entremezclarse como se unen las gotas de lluvia que resbalan por una ventana, a sus palabras volar de una parte a otra sin posarse en ningún sitio, sin saber cuál era su sitio en una oración que jamás iba a existir fuera de ese pequeño micro cosmos. La luz del sol se apagaba y, sin embargo, hasta las más pobres y tenues luces de una farola en un callejón sin salida, se convertía en un foco de luz intenso pero acorralado en medio de una extraña oscuridad. Lo que parecía ser sólido en realidad se hundía bajo sus pies, y lo que parecía ser etéreo... era etéreo también. Tal era el desbarajuste que cuando una voz familiar interrumpió su extraño viaje a ninguna parte, no supo qué decir. ¿Qué si iba a llegar tarde a su casa? Y qué más daba, qué importaba todo si cuando se volvieran a mirar, el mundo iba a dejar de ser como era para ser un extraño lugar en el que nada era como debía ser, o quizás era exactamente tan fiel a lo que debería ser, que parecía irreal.
martes, 15 de marzo de 2016
El lienzo gris
Pensó que no lo volvería a escuchar, que lo único que quedaba de ello era su desdibujado recuerdo, como una palabra que en la memoria se pierde y que uno trata de rescatar inútilmente. Como si buscara un hilo en una montaña de arena y los granos se resbalaran entre sus dedos una y otra vez, mientras exhalaba melancólicamente al encontrar sus manos vacías cuando el último de ellos se abandonaba a su suerte y volvía a perderse. Comía sin pensar, no pensaba ni en comer. Lo único que ocupaba su mente era el vacío, la nada inundada de un anhelo rancio. Salía de casa sin dejar nada atrás y sin esperar nada delante, ni siquiera la madera crujía bajo sus pies, pues su alma estaba ausente.
Y, de repente, un buen día, todo cambió tan bruscamente que a punto estuvo de ahogarse en su asombro. De pronto, algo retumbó en su interior e hizo que vibrara desde los dedos de los pies hasta el último pelo de la cabeza. Tan fuerte, tan intenso, que pensó que no era él, sino el mundo entero el que de repente se estremecía. Y, sin embargo, era cierto, ahí estaba. Su corazón volvía a latir, perezoso primero, vigoroso después. Poco a poco, la sangre se extendió por su cuerpo, inundando todo a su paso de una extraña sensación. El calor regresaba a sus brazos, la emoción le embargó hasta tal punto de que creyó estallar. ¿Qué iba a hacer ahora? Allí estaba, paralizado por el asombro, mirando absorto como en su antebrazo volvían a dibujarse tenues y sinuosas líneas azules. No supo qué hacer, no supo a dónde ir ni cómo liberar la energía que llenaba su cuerpo. Tuvo miedo, mucho miedo de hacerlo mal y perderlo todo, de volver a sentir que la llama se apagaba por intentar avivar el fuego, que el barco se hundía por intentar navegar demasiado lejos. Se aferró a sí mismo atrapándose en sus brazos intentando que nada se escapara, como si temiera deshacerse en pedazos y quisiera mantener los trozos unidos en un equilibrio imperfecto.
Pero lo que sin ser esperado llega, sin querer se va. Su corazón descendió el ritmo, cansado de latir sin motivo, exhausto por tratar de mover un muro de hielo. Los latidos cada vez eran más débiles, cada vez menos audibles... hasta que el silencio volvió. En su interior solo quedó de nuevo ese recuerdo que uno espera mantener vivo para siempre, pero que el tiempo se esfuerza en desdibujar hasta dejar de él un boceto borroso e impreciso. Cuando todo hubo pasado, resignado volvió a caminar, de nuevo sin esperar nada delante, sin dejar nada detrás, salvo los trozos rotos y resecos de un lienzo gris que no se atrevió a pintar.
Y, de repente, un buen día, todo cambió tan bruscamente que a punto estuvo de ahogarse en su asombro. De pronto, algo retumbó en su interior e hizo que vibrara desde los dedos de los pies hasta el último pelo de la cabeza. Tan fuerte, tan intenso, que pensó que no era él, sino el mundo entero el que de repente se estremecía. Y, sin embargo, era cierto, ahí estaba. Su corazón volvía a latir, perezoso primero, vigoroso después. Poco a poco, la sangre se extendió por su cuerpo, inundando todo a su paso de una extraña sensación. El calor regresaba a sus brazos, la emoción le embargó hasta tal punto de que creyó estallar. ¿Qué iba a hacer ahora? Allí estaba, paralizado por el asombro, mirando absorto como en su antebrazo volvían a dibujarse tenues y sinuosas líneas azules. No supo qué hacer, no supo a dónde ir ni cómo liberar la energía que llenaba su cuerpo. Tuvo miedo, mucho miedo de hacerlo mal y perderlo todo, de volver a sentir que la llama se apagaba por intentar avivar el fuego, que el barco se hundía por intentar navegar demasiado lejos. Se aferró a sí mismo atrapándose en sus brazos intentando que nada se escapara, como si temiera deshacerse en pedazos y quisiera mantener los trozos unidos en un equilibrio imperfecto.
Pero lo que sin ser esperado llega, sin querer se va. Su corazón descendió el ritmo, cansado de latir sin motivo, exhausto por tratar de mover un muro de hielo. Los latidos cada vez eran más débiles, cada vez menos audibles... hasta que el silencio volvió. En su interior solo quedó de nuevo ese recuerdo que uno espera mantener vivo para siempre, pero que el tiempo se esfuerza en desdibujar hasta dejar de él un boceto borroso e impreciso. Cuando todo hubo pasado, resignado volvió a caminar, de nuevo sin esperar nada delante, sin dejar nada detrás, salvo los trozos rotos y resecos de un lienzo gris que no se atrevió a pintar.
jueves, 10 de marzo de 2016
No hay nada
Supura la herida ardiente
brilla la sangre al sol,
el recuerdo vehemente
escuece con dolor.
El compás de la vida
se acelera y detiene,
se seca y se marchita,
se congela, se muere.
Los ojos brillan,
la sonrisa enmudece,
hueca suena la risa
y en el aire palidece.
Las palabras me rehúyen,
me evitan, se esconden,
y, tras un muro de anhelos,
languidecen.
Olvidar ya no sirve,
la memoria te retiene,
gritar, imposible
para quien no atiende.
No hay luz,
para quien cierra los ojos,
ni alivio
para quien quiere sufrir.
No hay melodía
para quien no quiere oír,
no hay nada, ni siquiera amor,
para quien ignora que puedan
de alguna forma existir.
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