Vuelven a elevarse los muros
de la infinita inconsciencia,
aquellos que levantan humo
ante tu palpable presencia.
Vuelven los pájaros a cantar
a la luz de una Luna siniestra,
aquellos que por el día amenecen
mudos y muertos de impaciencia.
Vuelven y se van,
vienen pero no se quedan,
en mi corazón siempre dejan
su indeleble huella.
Eres tú, y quienes ya fueron,
y aquellos que serán
en mi cabeza un quebradero;
quienes siembrar una semilla,
alimentan su juventud,
y en el momento de la madurez,
la dejan marchitarse hasta perecer.
Soy yo el que empuja a su corazón
a latir mucho más fuerte,
tanto que en el pecho se siente
que parece que va a salir.
Pero fuera no es más que carne,
inerte y manchada de sangre,
la que deja el amor perdido
en una tarde de invierno sin sentido.
Y algún día llegarás y dejarás tu marca,
pero te quedarás para poder curarla,
y cada noche que a mi lado despiertes
comprenderás que mi alma no miente,
y si te mira a los ojos vehemente
es porque tiene tu nombre bordado
en cada uno de sus pliegues.
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