Iba
caminando, tranquilamente, con miedo, sí, pero confiado en poder
seguir. Ante él, la incertidumbre de la oscuridad, de quien no sabe lo
que se encontrará dos metros más allá, sobre qué suelo estará pisando,
si es que acaso habrá suelo que pisar. Y, de repente, la eternidad se
mostró ante él. El cielo pasó del más absoluto ostracismo a la
luminosidad absoluta. Y bajo él, un camino infinito, largo, del cual no
podía acertar a distinguir el final. Entonces apareció el miedo de
verdad, la desconfianza, y se dijo a sí mismo que no le había pedido a
nadie saber tanto y ahora lo sabía todo, sabía que tendría que caminar
hasta que el último nervio de su cuerpo dejara de tener nervio tanto si
le gustaba el camino como si no. Caminante no hay camino, se hace camino
al andar. Y él mismo se burló de aquel que nunca se había encontrado
con la certeza absoluta en alguno de los latidos de su corazón. Comenzó a
andar, resignado, con la esperanza de que algún día un chaparrón de
agua fría lo despertara de la cárcel de su sueños, encontrándolos a
estos moribundos en su corazón con las manos manchadas con la sangre del
delito. A veces merece la pena, a veces no, lo cual siempre da igual.
1 comentario:
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