Tantas veces te he cerrado la puerta que ya no tengo dedos en las manos ni en los pies para contarlas, ni siquiera aunque cogiera los tuyos podríamos conseguir un número. Y sin embargo, vuelves una y otra vez, eres tan insistente y tenaz como torpe, pero menos torpe que yo. A pesar de que hayas venido mil veces, siempre con la misma ropa, con la misma expresión picaresca en la cara, con el mismo brillo en los ojos, entre malicioso y astuto; a pesar de todo ello, de que en cuanto llamas con tu característica forma de acariciar la puerta te reconozco, siempre vuelvo a caer. No sé por qué, pero al final acabas en mi salón, acaparando el sofá y todo el espacio, para después ir a la cocina y dejar la nevera vacía. Lo ocupas todo con tu incesante charla vacia que sólo promete pero nada cumple, que todo lo dice pero no dice nada. Y aunque tantas veces ha pasado ya, cada vez que anuncias que te vas, siento que te llevas de mí un trozo de mi alma y otro de mi corazón. Incluso hay veces que tras la puerta puedo escuchar tus pasos alejándose y el pedazo de mi corazón latiendo sobre la palma de tu mano, mientras un silbido extrañamente melancólico, el de mi alma en tu bolsillo, flota en el aire incesantemente hasta que por fin me duermo. Y al despertar, el salón está sucio, la nevera vacía y la almohada empapada de las lágrimas que en la libertad de los sueños derramé sin querer queriendo. Resignado, pongo la almohada al Sol, que se lleva la huella pero deja la herida. Es entonces cuando juro solemnemente que no volverás a entrar, y mientras maldigo tu existencia, fantaseo con la próxima vez en que vengas y te pueda decir lo mucho que te puedo odiar. Y sin embargo, hasta las ratas del sótano saben que me hervirá la sangre y me quemarán las venas cuando vuelva a oir tu voz al otro lado de la puerta. Ni contigo ni sin ti, que maldición tan eterna. Cada vez que te vas, se despega de mi un fragmento de mi vida; cada vez que vuelves, lo pinto corriendo para que pienses que no hay nada vacío. Tú sabes que me mientes y no puedes dejar de mentir, yo sé que me mientes y no puedo dejar de dejarte mentirme. Y así, algún día volverás y llamarás a la puerta, y al abrirla encontrarás un montón de garabatos de una vida que mutilaste por fascículos.
1 comentario:
Estas féminas... nos ponen tontoss!!
Publicar un comentario