En el camino hay muchas piedras: redondas, picudas, algunas más claras, otras oscuras, pequeñas y grandes, lisas o con muescas... Hay caminos con muchas piedras, otras que no encuentra obstáculos pero que no llevan a ninguna parte.
Y allí estaba él, enfrentándose de nuevo al sin vivir de elegir. Todos los caminos llevan a Roma, pero no todos quieren ir allí. Y él ni siquiera sabía hacia dónde ir. Estaba cansado de elegir siempre el más complicado, de acumular piedras en sus zapatos, de arrastrar heridas que nunca parecían cicatrizar. Se sentó desolado, temiendo perder las ganas de vivir, de luchar. Y al sentarse vio el horizonte, y en él un camino totalmente despejado, libre de dudas, de tristeza pero también de alegría, de desolación pero también de esperanza. Y se imaginó a sí mismo avanzando sin más, movido por la inercia de un corazón sin pasión. Y entonces se levantó decidido y tomó el camino más difícil. Y al primer paso pisó una piedra afilada cuando aún no había olvidado el dolor de la anterior, y derramó una lágrima que surcó su rostro siguiendo el rastro brillantemente melancólico de la última. Y a cada latido sentía un pinchazo, y en cada suspiro, un quejido de su alma. Pero a pesar de todo, siguió avanzando sin parar, con la esperanza de llegar al horizonte con tiempo de ver al Sol marcharse a descansar. Y es que hay carreteras peligrosas con muchas curvas, con las marcas de frenazos en los que otros dejaron parte de su vida al arriesgar e ir más lejos de lo que podían.
Pero esas curvas esconden también las emociones de la vida, aquellas que no se encuentran en una linea recta con principio y final, ambos en un mismo sentido.
Aún no ha salido de una y ya esta cruzando el volante para entrar en la otra. Aún no ha acabado de reír y ya está empezando a llorar. Cuando llegue al final o se canse a mitad de camino tendrá consigo tantos tesoros como lágrimas aun le quedan por derramar.
Hay cosas que son imposibles y sólo imaginarlas es ya una maravilla... maravillosamente dolorosa.
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