De cara al horizonte: Los cangrejos en enero

sábado, 10 de marzo de 2012

Los cangrejos en enero

Buscó entre sus cosas desesperada, revolviéndolo todo, desperdigando sus cosas por el suelo. Buscaba razones, motivos, quería saber por qué había dicho sí cuando había dicho sí, por qué no habló cuando quiso hablar, por qué la boca le sabía mal aunque hubiera comido chocolate. Estaba ansiosa porque había llegado a un lugar al que nunca imaginó que llegaría y necesitaba comprender cómo había acabado allí. Imágenes y recuerdos se agolpaban en su mente mientras sentía el pulso en la sien, cada vez más fuerte, cada vez más intenso. Y, por más que buscaba, no encontraba lógica alguna, y cuando encontraba algo que no entendía se preguntaba por qué, y al recordar se respondía y por qué no. Así transcurrió el tiempo, en un constante diálogo entre el presente y el pasado: mientras uno exigía explicaciones el otro no sabía que responder y simplemente se limitaba a mostrar la estampa de aquel ayer, el momento en el que la irracionalidad había cobrado sentido. Pero no comprendía que ella era ella y sus circunstancias, y que aunque ella viajaba en el tiempo, sus circunstancias permanecían ancladas para siempre en cada segundo, en cada instante, una combinación de variables que nunca se volvería a repetir. Pero ella no lo entendía, seguía poniéndolo todo patas arriba, deshaciendo la cama, rebuscando en su alma, sin escuchar nada ni nadie a su alrededor. Cada vez respiraba más fuerte, cada vez más rápido, y cada vez estaba más lejos de conseguir nada. Llegó la noche que lo cubrió todo con un fino manto de luces tenues a veces ocultas tras las nubes trasnochadoras, aquellas tan tímidas que no se atreven a salir a la luz del día. Latidos, suspiros, lágrimas, enfados, nervios...Y entonces se dio por vencida, no podía más. Abatida se sentó a llorar en el suelo, rodeada de todas sus cosas, de todos sus recuerdos. De repente, cuando la locura dejó paso a la tristeza, la calma llenó su alma y escuchó uno de los latidos de su corazón. Se quedó eclipsada por el maravilloso estruendo, por el eco de la vida en su pecho, y al escuchar el siguiente, distinto pero igual, comprendió que no podía buscar el aire en el agua, ni el cielo en la tierra, porque todo estaba en todas partes como lo está la alegría en la tristeza. Aliviada, se sentó al lado de la ventana y miró al mar, donde las olas nacían y morían, donde el Sol cada mañana se asomaba a mirar cómo los cangrejos se obstinaban en caminar hacia atrás. Y, sin más, se puso el bañador y se fue a nadar mientras enero se dejaba caer en forma de lluvia sobre la orilla del mar.

PD: Dedicada a Tricia para que no pueda escaquearse de salir el fin de semana que viene.

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