De cara al horizonte: La voluntad de los castillos de arena

lunes, 5 de marzo de 2012

La voluntad de los castillos de arena

Mil veces había visto que era imposible, mil veces había sufrido tanto como la primera vez. Y aunque ninguna de ellas era igual, en el fondo, lo eran. Y cada una de las veces se prometía que no volvería  a pasar. Pero su firme voluntad se desvanecía y perdía como la arena entre las manos tan pronto como escuchaba a su corazón palpitar tan fuerte que le dolían los oídos y atronaba su cabeza, cuando sentía que su pecho se hinchaba de felicidad y expectación, aunque luego se contrajera de dolor y frustración. Pero era tan feliz cuando cogía aire que no podía parar de inspirar. Y entonces el amor se convirtió en una droga, una dependencia absurda, estúpidamente bella, una necesidad irracional. Tantas veces cogía aire que se mareaba cuando tenía que parar. Y, aunque entonces se desgarraba el alma entre gritos de dolor, aunque derramara las lágrimas más amargas que unos ojos puedan verter, todo quedaba en una cicatriz rosada al amanecer, un triste recuerdo borroso de algo que nunca debió pasar... o quizás sí. Cada vez más débil, cada vez más triste y, sin embargo, cada vez más feliz. Hasta que un día, las cicatrices eran tantas que no podían dejarle ver. Y, entre suspiros y lamentos, su corazón dejaba de latir tan rápido, y cada latido era una punzada de soledad que retumbaba en su cabeza mientras se prometía que nunca lo volvería a hacer. Pero ese era un castillo de arena que nunca pudo acabar, porque no hay castillo que se sostenga si se derrumba al empezar, no hay promesa que perdure si no existe la voluntad. Y no hay voluntad posible que pueda vencer al frenético ritmo que la vida toma cuando uno siente que puede volar, cuando escucha a su alma gritar y nota el pulso en las venas tanto que pareciera que van a estallar. Y así pasaba el tiempo, entre curvas lentas y tristes y otras rápidas y desafiantes, en las que intentaba mantener una trazada que nunca tenía final. Hay cosas que son imposibles y sólo imaginarlas es ya una maravilla... maravillosamente dolorosa.

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